Por un instante le creí.
Escuché atentamente su intervención en en el Senado el miércoles pasado.
En forma sentida, con pausas y énfasis en algunos pasajes, relató su vida política y personal..
Aceptó algunos errores y señaló algunos aciertos.
Reconoció cambios en posturas que sostuvo con las armas ayer y que tanto dolor trajeron.
Defendió la libertad y afirmó que la lucha por la igualdad no podía ser a costa de limitarla o perderla.
Por un instante, le creí.
Fue un cambio grande en el discurso que sus compañeros legisladores oficialistas habían tenido todo el día en el Senado.
Estos habían negado todo, acusado a la oposición de campañas mediáticas, de fábulas contenidas en libros y unas cuantas cosas más.
Hasta llegaron a justificar su posición con la amenaza de “si tocan a uno, tocan a todos”.
Una descarada muestra de corporativismo y solidaridad mal entendida.
¿Tocan a uno y tocan a todos?
Por lo menos eso explica la caravana de apoyo a un Ministro procesado por la Justicia y la pretensión de derogar el delito del que se lo acusa para salvarlo.
¿Delinque uno y delinquen todos?
Pero él no cayó en esos errores.
En forma lenta y meditada leyó lo que traía escrito y preparado.
Se alejó de lo que habían dichos sus compañeros y no negó que algunos integrantes del MLN integraron bandas de delincuentes que asaltaban bancos y otros comercios en los años noventa.
En plena democracia recuperada.
Reconoció que “tres o cuatro militantes pudieron haberse extraviado para conseguir fondos para su proyecto político” o por otra cosa.
En términos futbolísticos a sus compañeros de bancada los dejó en off side.
Estos habían negado todo el día lo que él, finalmente, reconoció.
Entonces le creí.
“Ahora tendrá que decir quienes son esos 3 o 4 que se extraviaron“ pensé.
Se los convocará, aceptarán o negarán que se extraviaron, que robaron y que eran militantes del MLN.
Si lo niegan, se harán careos.
Ahí, él no se aguantó.
Largó un par de chicanitas políticas al referirse a lo que tenían que hacer los partidos Nacional y Colorado.
Eso no cambió mi impresión y le seguí creyendo.
Lo hice por que el cambio en su discurso era muy grande.
Venía de afirmar en la televisión que este tema había que arreglarlo a los tiros y ahora reconocía los hechos en el Senado.
En ese instante le creí.
Pedí la palabra y destaqué el hecho de que aceptara hechos y reconociera equivocaciones pasadas.
Hasta dije que reconocer errores y que algunos integrantes de su sector político, aunque fueran tres o cuatro, se habían desviado era leal.
Al terminar la sesión y salir al ambulatorio comencé a dudar.
La mirada tranquila y la actitud emotiva que él tenía mientras hablaba en Sala era otra fuera.
Había cambiado rápidamente.
Sus ojos serenos hacía poco minutos, era serios ahora. Su mirada enojada me hizo dudar.
Al llegar a mi casa encendí el televisor y me dispuse a ver y escuchar el noticiero.
En ese momento dejé de creerle.
Volvió a las chicanas bajas.
Dijo que no se amparará en los fueros si lo convoca la Justicia cuando sabe que de existir delitos estos están prescritos.
Pero eso no fue lo peor.
Lo peor fue cuando se refirió al policía retirado que investigó el caso.
Lo enchastró, sembró dudas diciendo que éste sabía mucho de clínicas clandestinas. El periodista le preguntó si lo estaba acusando de algo y se rió sarcásticamente.
La peor y más baja actitud: dejó de hablar del mensaje y atacó al mensajero.
No conozco al policía en cuestión, un ex Comisario.
No puedo decir nada ni a favor ni en contra de él.
Pero esa reacción artera de quien unos pocos minutos antes parecía un emocionado senador haciendo un acto de contricción fue un cambio demasiado grande.
Ahí ya no le creí.
Es más, lamento haberlo creído.