Fructuoso Rivera

Una de las principales figuras de la gesta emancipadora y de la consolidación institucional de la República, Fructuoso Rivera nació –se presume- el 17 de octubre de 1784.

Dedicado a las tareas rurales en el establecimiento familiar, en 1811 se incorporó al ejército oriental liderado por José Artigas, al que acompañó hasta su derrota definitiva en 1820.

Negoció con los portugueses que dominaban la Provincia Oriental su permanencia en el ejército, lo que le permitió contar con tropas bajo su mando, incorporándose con ellas, en 1825, al levantamiento de los Treinta y Tres Orientales comandado por Juan Antonio Lavalleja.

Vencedor en Rincón en 1825 y conquistador de las Misiones en 1828, su prestigio lo llevó a ser elegido primer presidente de la República en 1830.

Para ese año, luego de 20 años de guerras por la independencia, la situación económica y social de la nueva República era por demás precaria. Con 74 mil habitantes, políticamente la situación no aparecía mejor, ya que si bien formalmente no existían bandos partidarios, las rivalidades entre los caudillos y la gravitación e injerencia del Imperio del Brasil y de la Confederación Argentina  en los asuntos nacionales, auguraban dificultades para el nuevo gobierno.

La elección del Gral. Rivera por parte de la Asamblea General, aunque abrumadora, había dejado en evidencia que la pretensión de los constituyentes de 1830 de organizar la república con prescindencia de los partidos, no iba a ser posible.

Por Rivera sufragaron los senadores Luis Eduardo Pérez (San José), Gabriel Antonio Pereira (Paysandú), Julián de  Gregorio Espinosa (Soriano), Manuel Calleros (Durazno), José L. Ellauri (Canelones), Manuel Durán (Colonia), Joaquín Campana (Maldonado), Dámaso A. Larrañaga (Montevideo) y los diputados Santiago Sayago, Felipe de los Campos, Francisco Bustamante, Manuel Basilio Bustamante, José Vicente Gallegos, Lorenzo Medina, José Álvarez del Pino, Juan José Ximénez, Faustino Tejera, Antonio Otero, Juan J. Gadea, Ángel Lino González, José González, Alejandro Chucarro, Juan María Turreiro, Carlos Vidal, Francisco A. Vidal, Julián Álvarez y Vicente Rodríguez.

Por Lavalleja votaron el senador por Cerro Largo, Miguel Barreiro y los diputados Josñe Antonio Anavitarte, Juan Benito Blanco, Francisco Llambí y Francisco J. Muñoz.

Por Gabriel A. Pereira lo hicieron los diputados Roque Graceras y Joaquín Núñez y por Joaquín Suárez el diputado Silvestre Blanco.

Este resultado, que echó por tierra las aspiraciones presidenciales de Lavalleja, estuvo sin duda en el origen de los dos levantamientos instigados por el General Lavalleja (1832 y 1834), en los que no fue ajeno Juan Manuel de  Rosas.

El gobierno de Rivera, que pasó la mayor parte de su mandato fuera de la capital, dejando en manos de sus ministros, Santiago Vázquez y los llamados cinco hermanos o abrasilerados (Lucas Obes y sus cuñados Nicolás Herrera, José Ellauri, Julián Alvarez y Juan Andrés Gelly) el manejo cotidiano del mismo, debió poner en funcionamiento el nuevo Estado, procurando en particular solucionar el problema de límites con Brasil que dejó pendiente la Convención Preliminar de Paz, dotarlo de una moneda propia y abatir la importante deuda generada por las guerras de independencia.

Si bien no tuvo éxito en cuanto a delimitar la frontera con el Brasil, para lo que propuso el reconocimiento de la frontera fijada en el Tratado de San Ildefonso de 1777, y a suprimir la circulación de la moneda de Brasil y Buenos Aires, pudo concretar mejoras en el Puerto de Montevideo, por el que entraban la mayoría de los recursos económicos del país, y abatir el déficit a partir de la venta de tierras públicas.

En 1832 el Papa terminó con la dependencia de la Iglesia uruguaya de Buenos Aires, designando a Dámaso Antonio Larrañaga como Vicario Apostólico.

Se fomentó la inmigración, lo que llevó a la fundación de villa Cosmópolis en el cerro de Montevideo, y se restauró la Biblioteca Nacional, fundada en 1816.

Atendiendo el reclamo de los hacendados, y al sentir mayoritario de la población, encaró la pacificación de la campaña, reprimiendo el bandidaje, el contrabando y a los indios del norte, cuyo nomadismo resultaba incompatible con las nuevas formas de explotación agrícola y ganadera.

Finalizado su mandato, el 24 de octubre de 1834, Rivera abandonó la Presidencia, que fue ocupada interinamente, de acuerdo a lo dispuesto por la Constitución,  por el presidente del Senado, Carlos Anaya.

Tras su elección como presidente de la República, Manuel Oribe lo designó como Comandante General de la Campaña, cargo que le permitiría a Rivera mantener una fuerte gravitación política, lo que a la postre lo llevó al enfrentamiento con Oribe.

Removido del cargo por el presidente Oribe, que designó en el mismo a su hermano, Ignacio Oribe, Rivera se alzó en armas en julio de 1836, siendo vencido en Carpintería (Durazno) el 19 de setiembre de 1836, lugar en el que por primera vez los bandos enfrentados utilizarían los colores que los identificarían para siempre (blanco los partidarios de Oribe; colorado los de Rivera), perfilando definitivamente los partidos que se venían insinuando desde las guerras por la independencia.

Vuelto al país en octubre de 1837, la victoria de Palmar, el 15 de junio de 1838, le abrió a Rivera las puertas del gobierno, aunque el conflicto con Oribe continuó, degenerando en la Guerra Grande (1839-1851), conflicto que se internacionalizó mediante el apoyo que franceses, brasileños y unitarios argentinos dispensaron a Rivera y que Rosas le dio a Oribe.

Tras la “resignación” del mando por Oribe ante la Asamblea General, aceptada el 24 de octubre de 1838, asumió el Poder Ejecutivo el presidente del Senado en ejercicio, que lo era Gabriel A. Pereira ante la renuncia de Carlos Anaya, que había partido con Oribe hacia Buenos Aires.

Disueltas las Cámaras el 1º de noviembre, cesa Pereira en el ejercicio del Poder Ejecutivo, que es asumido por Rivera en carácter de Jefe del Ejército Constitucional y no de presidente de la República.

Realizadas nuevas elecciones parlamentarias el 23 de diciembre de 1838, fue electo nuevamente presidente constitucional el 1º de marzo de 1839, esta vez con el apoyo de veintiocho legisladores en veintinueve presentes.

Este segundo mandato estuvo signado por la Guerra Grande, que había formalmente comenzado el 10 de febrero de 1839 cuando Rivera declaró la guerra a Rosas, que seguía reconociendo a Oribe como Presidente constitucional.

Derrotado por Oribe, a la sazón jefe del ejército rosista, en la batalla de Arroyo Grande, Entre Ríos, 6 de diciembre de 1842, en febrero de 1843 se inició el sitio de Montevideo.

Sus diferencias con los dirigentes colorados de Montevideo y su derrota en India Muerta, lo llevaron al exilio en 1845, del que regresó en 1846. Sus intentos por acordar la paz con Oribe lo enfrentaron al gobierno de la Defensa, que lo expulsó en 1847. Se radicó en Río de Janeiro, donde estuvo encarcelado.

Tras el levantamiento de 1853, que terminó con el gobierno del presidente Juan Francisco Giró, fue convocado para integrar un triunvirato junto a Juan Antonio Lavalleja y Venancio Flores.

Falleció a orillas del arroyo Conventos, cerca de la ciudad de Melo, el 13 de enero de 1854, mientras regresaba a Montevideo para ponerse al frente, una vez más, del gobierno de la República.

 

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